EL MÉDICO DEL PUEBLO

(NARRACIÓN)

Don Isaac Galán era un médico respetado y querido en el pequeño pueblo de Pachiza. Conocía a cada uno de sus habitantes y sabía sus historias. Don Isaac era conocido por su método único de curación. Siempre llevaba consigo un cigarro mapacho y canela, que encendía con cuidado antes de examinar a sus pacientes. El aroma dulce y terroso del cigarro se convirtió en sinónimo de alivio y esperanza para los habitantes de Pachiza. Él podía decir si el mal era para curar con medicina moderna o solo con su cigarro y canela.

Un día, una mujer del pueblo llegó a su consultorio con un dolor de cabeza persistente. Don Isaac la examinó, encendió su cigarro de mapacho y mastico su canela, y comenzó a fumar lentamente. Mientras exhalaba el humo, don Isaac agarró la cabeza de la mujer y soplaba el humo de cigarro en la corona de la mujer, la mujer se sintió relajada y, en cuestión de minutos, su dolor de cabeza desapareció.

La noticia de las curaciones milagrosas era difundida rápidamente por el pueblo, y pronto la gente acudía a don Isaac con todo tipo de males. Y él, con su cigarro de mapacho y canela, estaba siempre listo para ayudar.

Con el tiempo, la fama de don Isaac trascendió los límites de Pachiza. La gente de pueblos vecinos y hasta de la ciudad venía a buscar su ayuda. Don Isaac, sin embargo, nunca cambió su método. Seguía curando con su cigarro de mapacho y canela, y su sabiduría ancestral.

Un día, un joven médico de la ciudad llegó a Pachiza, armado con sus libros y teorías modernas. Se burló de los métodos de don Isaac, llamándolos "supersticiones". Pero don Isaac, con una sonrisa, lo invitó a acompañarlo en sus visitas de sus pacientes. Juntos, visitaron a una anciana que sufría de dolores. El joven médico recetó medicamentos, pero don Isaac se limitó a fumar su cigarro de mapacho y canela. La anciana se sintió aliviada de inmediato. El joven médico se sorprendió y pidió a don Isaac que le explicara su secreto.

Don Isaac sonrió y dijo: "El mapacho y la canela no son solo plantas, son portadoras de la sabiduría y sus espíritus de la naturaleza son quienes actúan en el cuerpo y ahí es ayudado por mis oraciones. Cuando fumo, libero esa sabiduría y poder de la madre naturaleza para limpiar y curar”. El joven médico se quedó en silencio, reflexionando sobre las palabras de don Isaac. Y desde ese día, comenzó a aprender de él, combinando la ciencia moderna con la sabiduría ancestral. El Joven medico antes de despedirse de don Isaac lo regalo unas cajas de capsulas que lo dijo que eran buenos para el estómago y también lo regalo un libro de medicina moderna.

Don Isaac, además de su profundo conocimiento de la medicina tradicional, también había estudiado medicina moderna. De hecho, había trabajado en la selva en algunos cuarteles militares, donde había aprendido a utilizar los últimos avances en medicamentos que eran muy efectivos para tratamientos donde no funcionaba la medicina tradicional. Su experiencia en los cuarteles le había permitido combinar la sabiduría ancestral con la ciencia moderna, creando un enfoque único y efectivo para curar a sus pacientes. Los medicamentos que había aprendido a utilizar en los cuarteles se sumaban a su arsenal de remedios naturales, permitiéndole abordar una amplia gama de enfermedades.

Después de unos meses en todo el país se escucho la famosa enfermedad del colera, y también llego a todos los rincones del país, los pacientes en los hospitales no podían ser curados y les enviaban a sus casas para que ahí esperen la muerte. Es así que algunos pacientes eran llevados a Pachiza, a la casa de don Isaac, con la esperanza que él podría hacer algo por ellos ya que en el hospital de la ciudad no podían curarlos. Don Isaac los recibía a todos, él sabía que no era un mal para curar con su cigarro y canela. Se abasteció de suero para rehidratar a los pacientes vía intravenosa, pero se puso a investigar mas sobre la capsulas que el joven medico lo había regalado y uso con los pacientes. La medicina hizo efecto y los pacientes se recuperaban y con los sueros aplicados regresaban a sus casas contentos, la noticia comenzó a correr hacia otros lugares y los pacientes llegaban a Pachiza en busca de don Isaac.

El administrador del hospital de la ciudad cerca de Pachiza, impresionado por la habilidad de don Isaac para curar a los pacientes de cólera, se presentó en su casa con una propuesta inesperada. Le pidió a don Isaac que se uniera al equipo médico del hospital, ofreciéndole un puesto de honor y recursos ilimitados para continuar su trabajo.

Don Isaac, después de considerar la oferta del administrador del hospital, decidió declinarla. Prefirió seguir trabajando solo, en su casa, donde podía seguir curando a sus pacientes de la manera que él consideraba más efectiva. Porque pensó que el hospital solo era una propuesta de trabajo momentáneo y nada era seguro. Pero al administrador del hospital le dio el nombre de la medicina que estaba haciendo efecto contra ese mal, el administrador se retiró agradecido. En el hospital los pacientes comenzaron a ser curados.

A pesar de la presión y las críticas de algunos médicos convencionales, don Isaac siguió firme en su enfoque holístico y tradicional. Seguía utilizando su cigarro de mapacho y canela, y combinando la sabiduría ancestral con la ciencia moderna para curar a sus pacientes.

La gente del pueblo y de los alrededores seguía acudiendo a él, atraída por sus resultados milagrosos y su enfoque compasivo y personalizado. Don Isaac seguía siendo el médico del pueblo, y su reputación como curandero y sabio seguía creciendo.

Un día, un grupo de antropólogos y médicos de la ciudad llegaron a Pachiza para estudiar el trabajo de don Isaac. Querían entender el secreto detrás de sus curaciones milagrosas y aprender de su enfoque innovador. Don Isaac, sin embargo, se mostró reacio a compartir sus secretos, sabiendo que la verdadera sabiduría no podía ser enseñada, solo compartida a través de la experiencia y la práctica.

Susana, la esposa de don Isaac, era una mujer sabia y cariñosa que compartía la pasión de su esposo por la medicina tradicional. Ella había aprendido el arte de curar con plantas medicinales, ese conocimiento lo había adquirido de su madre, quien había vivido en el poblado de Bagazan, su madre conocía los remedios naturales y antiguos.

Susana era un excelente complemento para don Isaac, ya que su conocimiento de las plantas medicinales era profundo y variado. Juntos, formaban un equipo formidable, trabajando en armonía para curar a sus pacientes. Mientras don Isaac se enfocaba en la espiritualidad y la energía de las plantas, Susana se centraba en la parte práctica, preparando remedios y tratamientos con las hierbas y raíces que recogían en el bosque.

La colaboración entre don Isaac y Susana era más que una simple asociación, era una unión de almas que compartían una misión común: ayudar a los demás a sanar y encontrar el equilibrio en sus vidas. Juntos, crearon en su hogar un lugar de curación, donde la gente del pueblo podía acudir a buscar ayuda y consuelo. Los hijos y sus nietos de Don Isaac y Doña Susana, eran curados por ellos.

Un día, una joven del pueblo cercano llegó a su hogar, desesperada por encontrar una cura para su hijo enfermo. Don Isaac y Susana la recibieron con calma y compasión, y juntos, prepararon un remedio especial con las plantas medicinales que crecían en el bosque. La joven regresó a su hogar contenta pues su hijo se recuperó.

Años pasaron y el hijo de la joven creció, pero el pueblo de Pachiza cambió para siempre. El terrorismo llegó a la región, sembrando miedo y violencia. Muchos jóvenes del pueblo, desesperados y sin oportunidades, se dejaron seducir por las promesas de poder de los grupos terroristas. El hijo de la señora, ahora un joven apuesto y valiente, se vio tentado por la ideología extrema.

Paso un tiempo, el joven, ahora completamente bajo el control de los terroristas, regresó al pueblo con una misión mortal. Llegó a la casa de don Isaac, con una sonrisa falsa y un corazón lleno de odio. Le dijo a Don Isaac que lo acompañe a un distrito cercano, donde podría curar a un familiar.

Don Isaac, confiando en que era verdad, no sospechó nada. Se subió al vehículo, sin saber que estaban siendo llevados a una trampa mortal.

Mientras viajaban, don Isaac notó que el joven parecía nervioso y distraído. Intentó hablar con él, pero el joven se mantuvo en silencio, con la mirada fija en el camino y pasaron el distrito y el vehiculó prosiguió su viaje por la carretera.

De repente, el vehículo se detuvo en un lugar apartado. El joven sacó una pistola y apuntó a don Isaac, con una mirada vacía y sin remordimiento. Don Isaac en ese momento lo dijo: Yo te conozco, tú eres de Jelache.

El joven, sorprendido por las palabras de don Isaac, titubeó por un momento. La pistola tembló en su mano, y por un instante, pareció que su conciencia estaba luchando contra las órdenes que había recibido.

"¿Cómo sabes quién soy?", preguntó el joven, con una mezcla de confusión y miedo.

"Te conozco porque te curé cuando eras un niño", respondió don Isaac, con una voz calmada y llena de autoridad. "Te conozco porque tu madre, la señora Orfelinda, te trajo hacia mi cuando estabas enfermo. ¿Cómo puedes olvidar eso?"

El joven bajó la pistola, y por un momento, pareció que iba a llorar. El joven se derrumbó, sollozando, y don Isaac puso su mano en su hombro tratando de sacar el bien que quedaba en él.

El joven, mientras sollozaba, comenzó a recordar las historias que su madre le contaba sobre don Isaac. Se acordó de cómo su madre le decía que don Isaac lo había salvado de una enfermedad grave cuando era un niño, y cómo también había curado a su abuelita de una dolencia que los médicos no podían tratar.

"¿Eres tú?", preguntó el joven, mirando a don Isaac con ojos llenos de lágrimas. "¿Eres el médico que me salvó la vida?"

Don Isaac sonrió, con una mezcla de tristeza y alegría. "Sí, soy yo", respondió. "Te curé cuando eras un niño, y también ayudé a tu abuelita. ¿Cómo pudiste olvidar eso?"

El joven se sintió abrumado por la culpa y la vergüenza. Se dio cuenta de que había estado a punto de matar al hombre que le había salvado la vida, y que había curado a su familia.

"Lo siento", dijo el joven, arrodillándose ante don Isaac. "Lo siento mucho. Me han engañado, me han llenado la cabeza de mentiras y odio."

Don Isaac lo abrazó, con una sonrisa de perdón. "No te preocupes, hijo mío", dijo. "Estás a salvo ahora. Vamos a curarte de nuevo, pero esta vez, de la enfermedad del odio y la violencia."

El joven, después de ser perdonado por don Isaac, decidió regresar con sus cabecillas y contarles la verdad. Les dijo que don Isaac no era un brujo ni tampoco es malvado, sino un médico que había dedicado su vida a curar a todos, sin importar su condición social o creencias.

Los cabecillas, sorprendidos por la revelación, se mostraron confundidos y divididos. Algunos de ellos, que habían sido curados por don Isaac en el pasado, comenzaron a cuestionar sus propias creencias y acciones.

Uno de los cabecillas, se levantó y dijo: "¿Cómo pudimos creer en mentiras y engaños? Don Isaac ha curado a nuestros familiares, nos ha ayudado en momentos de necesidad. No podemos matarlo".

La reunión se convirtió en un debate apasionado, con algunos defendiendo la idea que don Isaac hacia el mal en Pachiza y era autoridad que no deseaba cumplir las órdenes dadas por ellos, para abandonar el cargo de juez y dejar Pachiza; mientras que otros argumentaban que era un héroe. Finalmente, decidieron enviar a un grupo para investigar y verificar la verdad sobre don Isaac.

Así, don Isaac siguió atendiendo a los enviados, y cada uno recibió un trato honesto y transparente. Los que estaban sanos, se fueron con una sonrisa y una "icarada" para prevenir enfermedades, y los que estaban enfermos, recibieron un tratamiento adecuado y efectivo.

Uno de los espías, también fue atendido por don Isaac, y quedó impresionado por la sabiduría y la bondad del médico. Comenzó a cuestionar sus propias creencias y motivaciones, y pronto se dio cuenta de que había sido engañado por enemigos del médico, ya que a todas las personas no les agrada el desarrollo de otros.

Un día, Juan que fue un informante se acercó a don Isaac y le confesó su verdadera identidad y misión. Don Isaac lo escuchó con calma y comprensión, y le dijo: "Juan, no eres mi enemigo. Eres un ser humano que ha sido engañado. Ven, te mostraré el verdadero poder de la medicina natural y la bondad humana". Y así, Juan se convirtió en un discípulo de don Isaac.

Juan, ansioso por aprender más, pidió a don Isaac que le enseñara otros secretos de la medicina natural, espiritualidad y la curación. Don Isaac, viendo la sinceridad y la buena intención en los ojos de Juan, aceptó enseñarle más.

Pero, antes de comenzar, don Isaac le dijo: "Juan, recuerda que el conocimiento es poder, y el poder debe ser usado para el bien, no para el mal. Prométeme que usarás estos secretos para ayudar a los demás, y no para dañarlos".

Juan, conmovido por la confianza que don Isaac había depositado en él, prometió solemnemente que usaría sus conocimientos para hacer el bien. Don Isaac, satisfecho con la respuesta, comenzó a enseñarle los secretos más profundos de la medicina natural.

Juan aprendió rápidamente, y pronto se convirtió en un habilidoso curandero. Juan, después de aprender los secretos de la medicina natural de don Isaac, comenzó a cambiar. Dejó de lado sus buenas intenciones y se dejó consumir por la ambición y el deseo de poder. Empezó a usar sus conocimientos para hacer el mal, y se convirtió en un enemigo de don Isaac.

Don Isaac, al ver la transformación de Juan, se sintió triste y decepcionado. Había creído en Juan, pero se dio cuenta que fue un error.

Juan, cada vez más oscuro, comenzó a reunir seguidores y a formar un culto de personas que buscaban el poder y la destrucción. Don Isaac, sabiendo que Juan había caído en la oscuridad, intentó hablar con él, pero Juan no quería escuchar. Estaba convencido de que su nuevo camino era el correcto y que don Isaac estaba equivocado.

Pero, lo que Juan no sabía, era que don Isaac no le había enseñado todo. Había reservado un conocimiento secreto, un poderoso remedio que podría ser usado para contrarrestar el mal.

Juan, sumido en la oscuridad y la ambición, siguió por un camino autodestructivo. Su búsqueda de poder y control lo llevó a hacer cosas que dañaban su propia salud. Tomaba sustancias dañinas, como cemento, para tratar de fortalecerse, pero solo logró debilitar su cuerpo y mente. Con el tiempo, su salud se quebrantó y Juan cayó gravemente enfermo. A pesar de sus intentos de buscar curación, era demasiado tarde. Su cuerpo había sido dañado irreparablemente y Juan falleció, solo y sin paz.

La noticia de su muerte llegó a don Isaac, quien se sintió triste por el joven que había sido como un hijo para él. "Juan, Juan, si solo hubieras escuchado", susurró don Isaac, sacudiendo la cabeza.

Don Isaac dijo que no enseñaría a otros sus secretos porque siempre la maldad y el lado oscuro va querer predominar de quienes son débiles. Él dijo a su esposa: "Debemos seguir adelante, Susana. Debemos seguir curando y ver a quien de nuestros hijos será capaz de seguir nuestro camino, el camino de curar y hacer el bien y no la maldad". Don Isaac y doña Susana pusieron en prueba a sus hijos.

Con el paso del tiempo, don Isaac siguió curando a los enfermos, pero su edad avanzada lo limitaba cada vez más. Ya no podía salir a buscar las plantas medicinales como antes, y debía confiar en otros para que le trajeran los ingredientes necesarios.

Y entonces, llegó la pandemia de COVID. La enfermedad se propagó rápidamente por el mundo, y don Isaac se encontró luchando contra un enemigo invisible. La gente no podía salir a buscar la medicina en las farmacias, las medicinas en las farmacias tenían un precio multiplicado por diez y escasas, tampoco podían salir al campo; su querida Susana falleció, víctima del virus.

Don Isaac se sintió devastado por la pérdida de su compañera de tantos años. Se sentía solo y sin fuerzas para seguir adelante. Pero, sabía que no podía rendirse. Todavía había personas que necesitaban su ayuda, y él era el único que podía proporcionarla.

Con una nueva determinación, don Isaac siguió curando a los enfermos, utilizando sus pocas fuerzas y conocimientos para curar. Y aunque su cuerpo era débil, su espíritu seguía fuerte, inspirando a otros a seguir adelante en momentos difíciles, para atender algunos pacientes el pedía ayuda a su ultimo hijo, incluso para atender el nacimiento de algún bebe el pedía ayuda a su hija mayor, no tenia las fuerzas como cuando era joven.

Después de una fructífera vida, don Isaac finalmente partió a la eternidad, dejando detrás de sí un legado de sabiduría y curación. Su partida fue lamentada por todos los que lo conocían y lo amaban, pero también fue celebrada, porque sabían que había vivido una vida plena y significativa.

Antes de partir, don Isaac había confiado sus conocimientos y secretos a algunos miembros de su familia, a quienes él sabía que harían el bien. Y se negó en enseñar a quienes miraba odio y maltad en su interior. Aunque don Isaac ya no está físicamente presente, su espíritu seguirá vivo en ellos, guiándolos e inspirándolos a seguir adelante.

Su nombre se convirtió en sinónimo de sabiduría y curación. Y aunque su cuerpo había partido, su legado sigue vivo, inspirando a su generación a seguir sus pasos y a hacer el bien. Un personaje que ha dejado una huella profunda en la historia y en el corazón de los que lo conocieron.

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Autor: RGM

Publicado: 26-07-2024

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